La observación atenta de Vista de Toledo, de El Greco ofrece atrevimientos sorprendentes, incluso si la comparamos con la pintura contemporánea.

Palabras clave: pintura, Greco, El Greco, Toledo, surrealismo, Magritte, mística, pintura contemporánea.

Vista de Toledo, de El Greco (Domenikos Theotokopoulos). Óleo sobre lienzo. 121 x 109 cms. Pintado entre 1598 y 1614. Museo Metropolitano de Nueva York.

Existe consenso en establecer Vista de Toledo como claro precedente de una serie de pinturas de René Magritte, donde coincide el cielo nocturno con viviendas a plena luz del día y viceversa. En cualquier caso, se desconoce si el pintor belga conocía o no la obra de El Greco.

La obra de Magritte y la pintura El salón de Dios, de René Magritte, comparten el manejo de la luz.    

La opinión generalizada de que el arte debía dedicarse a temas “importantes”, hizo que el paisaje tardara en incorporarse como género, si bien es cierto que se empleaba como fondo de escenas, ya fueran bíblicas, mitológicas… De hecho El Greco representó la ciudad de Toledo en obras tan importantes como Laocoonte o San Martín y el mendigo.

Vista de Toledo pasa por ser el primer paisaje de la pintura española. Su tamaño, 121 x 109 cms, y las singularidades que posee, demuestran la importancia que le dió su autor. La ciudad deja de ocupar el último plano para convertirse en protagonista de la obra, incluso podemos decir que retrata la ciudad que le dio al artista el mayor reconocimiento de su carrera.

El planteamiento de la obra está en sintonía con la parte más destacada de su labor, dedicada a responder la pregunta: ¿cómo se representa una experiencia mística?

Representar de manera realista una experiencia mística nos conduce a numerosos contrasentidos, ¿puede existir el realismo místico? El realismo es insuficiente para manifestar un sentimiento tan alejado de la vida cotidiana como es la comunión con Dios. Lógicamente, el artista debe emplear recursos plásticos que sustituyan a las convenciones de la pintura.

Las montañas finales, el río y la ciudad están pintadas con la paleta de colores del cielo y las nubes, combinando en distintas proporciones el blanco, el negro humo y el azul celeste. Como si el más allá descendiera a esta ciudad.

Esta elección contrasta con el verde esmeralda y el amarillo nápoles que ha usado para recrear la vegetación. En esta convivencia entre el cielo nocturno y los colores de mediodía se establece la iluminación imposible sobre la que Magritte volvió siglos después.

El contraste también viene dado por la manera distinta de manejar el pincel. Detalla mucho la incidencia de esta luz imposible sobre la ciudad. Por contra, difumina la vegetación, consiguiendo un efecto insólito, sobre todo en la parte inferior de la obra, que por cercanía al punto de vista elegido, debiera ser la parte más nítida de la obra. Da la impresión de que opta por la indeterminación de algunos elementos, con el deseo de que cada espectador los interprete como le dé a entender su imaginación.

En mi caso, veo esos árboles del primer plano como hierba gigante, y el islote del río se parece mucho a la tierra que un charco no logra cubrir. Y si en lugar de árboles fueran hierba y tuvieran el tamaño que le corresponde, por fuerza la ciudad sería de juguete. Ya sé que parece extravagante pero, fíjense en las personas que El Greco ha esparcido, ¿no parecen hormigas?

La inversión de la relación de tamaño entre dos o más objetos la encontramos siglos después en la novela Alicia en el país de las maravillas ; continúa con las ilustraciones del libro, el Surrealismo y de nuevo aparece Magritte empleando este recurso repetidamente.

 

La inversión del tamaño de los componentes de la imagen también la encontramos en La sombra monumental, de Magritte.

Pinturas, novelas e ilustraciones intrépidas.

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